La posada de Kirevo y Badmia


Si buscas un buen sitio para descansar y comer en la zona oeste de La Havenoj, en el término de la Malturo, ese es sin duda la posada de Kirevo y Badmia.


Si preguntas a cualquiera de los lugareños por un lugar en concreto, usará siempre la posada como punto de referencia.


Pero no pienses en un gran edificio con todas las comodidades como la gigantesca ciudad-posada de Valocervo ni en las lujosas estancias de la Ripozo de Sorgio.


El negocio de Kirevo y Badmia es una pequeña casa de tierra y piedra situada en lo alto de una colina en medio de la zona boscosa meridional, lindando con la frontera de las tierras de nadie.


El matrimonio, oriundo de Sereixo, construyó la posada para dar de comer a la gente de la zona: leñadores, cazadores y algún comerciante que hacía negocio con el vecino clan de Gorub o con las, menos aconsejables, tierras de nadie. Pero poco a poco ha ido ganando renombre y raro es el día que no se encuentra lleno. Porque, eso sí, los dueños han mantenido el lugar con las mismas cinco mesas y continúan sirviendo con idéntica dedicación y sin ninguna prisa; garantía de la calidad y cercanía con la que reciben a los viajeros y a sus estómagos. Así que tómatelo con calma, vale la pena. 


Te recomiendo acudir a la esplanada que hay en la parte de atrás donde, además de sitio para dejar la montura, suele haber una hoguera encendida y mullida hierba para echarse una siesta y reposar la comida o esperar turno.


Cuando por fin llegue el momento, tras darte la bienvenida y preguntarte cómo quieres calmar la sed, verás cómo llenan la magnífica mesa, tallada con motivos del lugar, de embutidos, quesos y encurtidos de la zona, junto a una deliciosa y crujiente hogaza, con ese ligero toque ácido del buen pan, que hornean allí mismo.


Pese a la abundancia, no te abandones, de nuevo mantén la calma, porque una vez hayas apaciguado el estómago de tanto esperar, vendrá el plato fuerte, el único, de hecho: el Mikspotaĵo de Verno, un magnífico guiso que lleva lo que haya por la zona y que va variando con cada estación. Se sirve con un tazón de caldo y una escudilla enorme con las piezas de verduras, setas, frutos secos, carnes y cualquier otro habitante de ese aromático y denso manjar. Es costumbre llevar algún ingrediente para colaborar en el guiso, lo que aumenta aún más su diversidad. No se sabe cuál es el secreto para que un guiso tan aparentemente sencillo aporte un sabor tan vivo: jugoso, crujiente, picante, dulce, salado, amargo y hasta correoso, unos y otros, sabores y texturas están fijados en el calor del fuego de tal forma que ponen a Verno en el paladar. 


Recomiendo comerlo en lo más crudo del invierno, cuando llegar es una odisea. Y, si es posible, hacer noche allí, porque la mayoría de gente va de paso y acude a mediodía, pero de noche se agradece entonar el cuerpo con el magnífico guiso y pasar después una agradable velada en el salón, al abrigo del buen fuego de encina, dando sorbos de un excelente licor, y despedir el día charlando con Kirevo y Badmia para, justo antes de acostarnos, ver nevar desde la ventana de nuestra cálida y acogedora habitación.

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