Paquete equivocado


A veces las historias se generan con la llegada de una pertenencia ajena que, como en una carrera de testigos, pasa con todas sus consecuencias al siguiente portador.


Puede ser un legajo con apuntes de cierta ciudad legendaria, un pen con información clasificada, un archivo de música que provoca ciertos cambios en la realidad cuando se escucha, un mapa con una marca en un lugar cercano, la receta para elaborar un milagroso elixir “curalotodo”, un documento de cesión de tierras, una bolsa con una de las joyas más valiosas que hayan existido o simplemente un dedo y un móvil.


Al margen de lo que sea, lo que está claro es que el paquete en cuestión no era para el/los personaje/s. Puede haber sido un error de entrega, que el recipiente donde vaya se parezca demasiado al equipaje de uno de los personajes, que, huyendo de una acción no demasiado altruista, han robado un coche con el objeto dentro… las opciones son casi ilimitadas: hubo quien encontró un pedazo de anillo en las entrañas de una montaña.


Llegados a ese punto tenemos varias posibilidades:


El objeto en sí es tan sumamente interesante que los personajes no sólo no quieren dejarlo sino que tienen la necesidad de investigar sobre él, sea buscando información o usándolo de algún modo.


Que el objeto se quede con los personajes porque simplemente no pueden deshacerse de él. Puede deberse a algún efecto sobrenatural o que sea tan valioso que si sale a la luz no les traiga más que problemas.


Quizás el objeto en cuestión signifique la posibilidad de comenzar una nueva vida: una concesión minera, una maleta llena de dinero, un cheque al portador, una invitación a cierto evento exclusivo o el derecho a participar en un concurso que tenga relación con la actividad del/los personaje/s. 


Independientemente de la opción a la que responda, después del “regalo”, vendrá el cobro; o, lo que es lo mismo, los dueños originales del paquete con muchas ganas de recuperar lo que es suyo y dar las “gracias” a quien se lo ha guardado. Sectas, mafias, miembros del club de dominó o Sauron, cualquiera puede ser el que vuelva a por lo suyo con una mano en son de paz y una barra de pan de hace seis días en la otra.


Y a partir de ahí se monta la gresca. Lo que pase ya es cosa de cada mesa. Lo mismo se hacen con la secta, se van a las bahamas, la flipan con un viajecito a metrópolis, se quedan a vivir con Tom Bombadil, le dan la bienvenida ha lo verde o se hacen de oro tras vender en cientos de pueblos un milagroso elixir que, resulta, después de estar quince días a tope, acaba por convertir en zombie a quien lo toma.


Así que tú deja el paquetito de marras donde toque, pon en marcha todo y a ver qué pasa


Por poner un ejemplo algo diferente, de gente corriente, echa un vistazo a la peli: “No me chilles que no te veo”; ahí el paquetito es un cadáver y los personajes se convierten en los principales sospechosos de asesinato. 


Buena partida y mejor regalo.

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